Nuestra fábrica de problemas.
¡Qué hongo, Emprendedores!
Recientemente, en uno de mis podcasts favoritos, los anfitriones discutieron el experimento llamado “el efecto del punto azul” o “cambio de concepto inducido por la prevalencia" (en adelante lo llamaré el “efecto”) y me pareció buena idea compartirles mi experiencia personal con este efecto durante la pandemia de Covid-19. Si no están familiarizados con este, los invito a que continúen leyendo.
El efecto surgió de una serie de investigaciones científicas que concluyeron que nuestra mente está condicionada para buscar amenazas y problemas, independientemente de lo seguro o cómodo que sea nuestro entorno. Esto se debe a nuestro “gen pesimista”; el cual, nos ha ayudado a sobrevivir hasta este momento. Tiene mucho sentido, como especie, hemos experimentado acontecimientos brutales como: pestes, hambruna, desastres naturales, guerras y conflictos armados, bombas atómicas, genocidios y todo tipo de muerte y destrucción. Estos nos han obligado a adoptar una mentalidad de “esperar siempre lo peor y buscar soluciones” y el impacto que han tenido en nosotros ha sido tal, que lo hemos asimilado en nuestro ADN.
Si bien nuestro “gen pesimista” nos ha ayudado a sobrevivir, también ha distorsionado nuestra percepción. Vivimos en la época de mayor comodidad que ha tenido la humanidad. El fácil acceso a la educación, atención médica, alimentos, tecnología y otras comodidades que ahora consideramos básicas, no existía hace 60 años.
Es cierto que hasta la fecha sigue habiendo conflictos armados, desastres naturales, pobreza, hambre, enfermedades, delincuencia, etc. Sin embargo, ocurren con menor frecuencia e intensidad. Sin duda, estamos mejor educados, preparados y comunicados para atenderlos que nuestros antepasados. No es una perspectiva que todo el mundo comparta (lo cual entiendo, ya que cada persona experimenta circunstancias distintas). Sin embargo, objetivamente, hemos progresado como especie.
Estas comodidades han resuelto muchos de los problemas que ocupaban nuestra mente en el pasado, pero ahora, también nos han hecho buscar nuevos para sustituir aquellos. No importa que, objetivamente, estemos seguros y cómodos, nuestro “gen pesimista” debe buscar un problema.
La pandemia de Covid-19 fue un claro ejemplo del efecto en acción. Pude llegar a esa conclusión debido a mi obsesión histórica con la Peste Negra y que se presentó el escenario ideal para hacer esa comparación. Les comparto este relato impactante de Agnolo di Tura, cronista italiano en la ciudad de Siena en 1348:
“La mortalidad en Siena comenzó en mayo. Fue algo cruel y horrible... Parecía que casi todos quedaban estupefactos al ver el dolor. Es imposible para la lengua humana relatar la terrible verdad. De hecho, quien no vio tal horror puede considerarse bendecido. Las víctimas morían casi de inmediato. Se hinchaban debajo de las axilas y en la ingle, y caían mientras hablaban. El padre abandonaba al hijo, la esposa al marido, un hermano a otro; porque esta enfermedad parecía atacar a través del aliento y la vista. Y así morían. No se encontraba a nadie que enterrara a los muertos por dinero o amistad. Los miembros de una familia llevaban a sus muertos a una zanja lo mejor que podían, sin sacerdote, sin oficios divinos. En muchos lugares de Siena se cavaron grandes fosas y se llenaron profundamente con la multitud de muertos. Y morían por cientos, tanto de día como de noche, y todos eran arrojados a esas zanjas y cubiertos con tierra. Y tan pronto como se llenaban esas zanjas, se cavaban más. Yo, Agnolo di Tura ... enterré a mis cinco hijos con mis propias manos. ... Y murieron tantos que todos creían que era el fin del mundo”.
Durante los años de la Peste, la gente utilizaba hierbas aromáticas para “ahuyentar” a la “muerte invisible”. Los doctores “curaban” con sanguijuelas, desechos animales, sangrías y rituales. Nadie sospechaba que el virus se propagaba por ratas y piojos y nadie sabía que la higiene era el arma más poderosa que tenían para combatirla. Hasta ahora, la Peste Negra es la pandemia más letal en nuestra historia, con un saldo de 200 millones de personas muertas. Europa perdió más del 50% de su población en ese momento.
La primera vez que me dio Covid, fue en septiembre de 2022, justo después de que nos habíamos vacunado por segunda ocasión. Sentí como si me hubiera contagiado de influenza pero con síntomas más fuertes. Afortunadamente, estos no se complicaron más y me recuperé completamente en un par de semanas. A partir de entonces, me he contagiado dos veces más pero con síntomas leves. En ese entonces, sufría de sobrepeso, alergias, sistema respiratorio débil, estrés y ansiedad. Además, estaba entrando en la etapa crítica de un burnout que culminó en diciembre de ese mismo año; es decir, era la víctima perfecta del virus. Ahora, en ocasiones pienso que, si no me hubiera vacunado, probablemente hubiera terminado entubado en un hospital o peor aún, muerto.
Lo más impresionante es que los científicos pudieron secuenciar el genoma del coronavirus casi inmediatamente que se detectó y desarrollar una vacuna en 11 meses utilizando tecnología médica avanzada (antes, la mayoría de las vacunas tardaban más de una década en producirse y, más atrás, estas no existían). No obstante, en ese momento e incluso ahora, una parte considerable de la población mundial ve con escepticismo y desconfianza a las vacunas (en su mayoría por desinformación y los movimientos antivacunas). Aquí entró el efecto en muchas personas, ya que su atención se centró en que estas (en algunos casos) son causantes de coágulos de sangre, reacciones alérgicas graves y miocarditis y no en el simple hecho de que, afortunadamente, teníamos vacunas (todavía menos que la colaboración de gente brillante produjo diferentes tipos para enfrentar la pandemia, en un tiempo récord). Por cierto, todas las vacunas pueden llegar a tener efectos secundarios.
Estoy consciente de que miles de personas murieron y de la tragedia que esto significa. Mi más sentido pésame para todos aquellos que perdieron gente querida. No obstante, también estoy consciente de las millones de vidas más que se salvaron por el esfuerzo y dedicación de estos grandes científicos, incluyendo, tal vez, la mía. La historia y los relatos como el de Agnolo di Tura nos ayudan a ampliar nuestra perspectiva y reflexionar sobre lo que realmente importa en nuestras vidas y lo agradecidos que debemos estar de tener acceso a todas las comodidades que hoy disfrutamos.