Fake it 'til you make it: El poder ancestral de la convicción.
¡Qué hongo, Emprendedores!
En nuestras vidas, todos atravesamos momentos que construyen nuestro camino, donde tenemos que creer y demostrar nuestra convicción para lograr lo que queremos, sin importar si estamos listos o no. ‘Fake it 'til you make it’ o “haz como que sabes hasta que lo sepas” representa precisamente esa convicción. A nivel personal, esta mentalidad nos empuja a superar nuestras inseguridades; como especie, este poder ancestral nos ha ayudado a construir nuestro mundo y, en un futuro, nos impulsará a expandirnos a otros planetas en nuestro sistema solar.
Mi primer momento ‘fake it 'til you make it’ ocurrió justo dos meses después de entrar a trabajar en un despacho especializado en derecho laboral. Formé parte de un equipo de abogados y pasantes encargado de despedir a un grupo de repartidores en una bodega de una empresa de paquetería y logística. Antes de eso, había participado en algunos despidos, pero siempre acompañado de otro abogado o abogada. En esta ocasión, me tocó negociar la terminación de varios repartidores y transportarlos a la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje (también conocida como La Junta) para ratificar sus convenios.
Recuerdo bien ese día porque la ley de Murphy se cumplió en todo su esplendor.
Durante las negociaciones, hubo agresiones por parte de los repartidores hacia algunos de los abogados senior, lo que hizo que el ambiente se pusiera extremadamente tenso. Algunos gritaban, otros amenazaban con no firmar, y el aire se sentía pesado, como si en cualquier momento pudiera estallar un conflicto mayor. Una vez que logramos firmar todos los convenios, dividimos a los repartidores en grupos y los acompañamos a la Junta. Yo pedí un taxi para mí y cuatro repartidores más. El trayecto fue largo, y para romper el hielo, empecé a platicar con ellos. Les hice preguntas básicas sobre su familia, fútbol y otros temas, hasta que uno de ellos, Martín, comenzó a llorar.
Se dirigió a mí y me dijo: “Lic, por favor no me despida, tengo una hija enferma en casa y no tengo otra chamba. Se me va a morir mi hija si no le compramos sus medicinas”. ¡Justo en el corazón de pollo! Claro que podría haber estado mintiendo, pero en ese momento, por la forma en que lo dijo, la expresión de dolor en su cara, las lágrimas que no parecían forzadas y el tono de su voz, le creí. Me quedé helado por un segundo y sentí una mezcla de empatía y frustración. “Discúlpame, Martín, no puedo hacer nada por ti. Soy solo parte del grupo de abogados que la empresa contrató para despedirlos, no trabajo en la empresa. Estoy seguro de que pronto encontrarás otro trabajo”, le dije en un tono triste pero calmado. Nos miramos a los ojos unos segundos, y luego cada quien volteó a un lado. El resto del viaje permanecimos en silencio, con el peso de sus palabras resonando en mi cabeza.
Al llegar a la Junta, subimos al área de ratificación de convenios fuera de juicio y registré a los repartidores. Era un día caluroso y, para mi fortuna, en ese momento estaba jugando la selección mexicana (Brasil 2014). Todos los funcionarios estaban pegados a la televisión, atendiendo las ratificaciones solo cuando se acordaban, si te iba bien. A nosotros no nos fue bien, así que tuvimos que esperar a que terminara el partido. Cuando por fin acabamos, me despedí de los repartidores, les deseé suerte, llamé a mi jefe directo y le pasé el reporte completo del día. Regresé a mi casa estresado, cansado, con dolor de cabeza y muy desanimado.
Al día siguiente, ya descansado y pensando con claridad, me di cuenta de que había hecho el trabajo que me asignaron de forma correcta, a pesar de que era mi primera vez. Aunque era pasante y enfrenté varios obstáculos, me creí y actué como abogado. Esa convicción por hacer un buen trabajo y desarrollarme como profesional me empujó durante toda la experiencia. A pesar de no haber podido ayudar a Martín, logré proyectar una imagen convincente y confiable para él y los demás, lo que me ayudó a concluir el proceso sin más contratiempos. Con los años, esa convicción ha evolucionado, pero sigue siendo un motor en mi vida y mi carrera profesional.
Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre el poder de la convicción, y encontré una explicación fascinante en el libro The Moral Animal de Robert Wright. Él describe esta convicción como un autoengaño, pero no como un defecto, sino como un regalo evolutivo. Si te convences de que eres algo, otros te seguirán como si lo fueras. El autoengaño ha evolucionado porque ha aumentado nuestras oportunidades de formar alianzas y cooperar con otros, algo crucial para nuestra supervivencia en un entorno social. Al autoengañarnos, proyectamos una imagen más convincente y confiable, lo que fortalece nuestras relaciones con las personas con las que interactuamos.
El autoengaño también puede reducir el conflicto interno. Si una persona se convence de que sus acciones son moralmente correctas, evita la disonancia cognitiva y el estrés asociado con comportamientos que podrían percibirse como egoístas o inmorales. Para los emprendedores, esto es magia pura: si crees en tu visión, tus socios, clientes e incluso tú mismo empezarán a verla como realidad. Fingir hasta que lo logres significa activar un poder ancestral que te equipa con convicción, incluso antes de que tengas todas las piezas del rompecabezas.
Sin embargo, el autoengaño, como cualquier herramienta poderosa, tiene un doble filo. Por un lado, te impulsa a actuar con confianza, a tomar riesgos y a convencer a otros de que eres capaz, incluso cuando no lo tienes todo resuelto. Pero, por otro lado, si te dejas llevar demasiado por la ilusión y descuidas la preparación, el aprendizaje o la honestidad contigo mismo, puedes autosabotearte. Para los emprendedores, este equilibrio es crucial. Creer en tu visión es el primer paso para hacerla realidad, pero si no respaldas esa convicción con acción, estrategia y aprendizaje constante, no llegarás muy lejos. El ‘fake it 'til you make it’ te da el impulso inicial, pero el éxito sostenible viene de transformar esa convicción en resultados tangibles.
En mi caso, después de aquel día en la Junta, me di cuenta de que mi convicción me había salvado, pero también me expuso. Proyecté seguridad frente a los repartidores y logré cerrar el proceso, pero internamente sabía que había mucho que no dominaba. Si no hubiera invertido tiempo después en estudiar, practicar y aprender de mis errores, mi siguiente asignación podría haber sido un desastre. La convicción me dio el escenario, pero el trabajo duro me permitió quedarme en él.
Pensemos en un ejemplo práctico: imagina que estás lanzando una startup de tecnología. Convences a un inversionista de que tu producto es revolucionario, aunque aún estás en las primeras etapas de desarrollo. Esa convicción te abre puertas, te consigue financiamiento y te pone en el mapa. Pero si no trabajas en perfeccionar el producto, entender el mercado o construir un equipo sólido, la realidad te alcanzará. Los clientes no comprarán un producto a medio hacer, y los inversionistas no seguirán apostando por una promesa vacía.
El mensaje es claro: usa el autoengaño como un catalizador, no como un sustituto. Cree en ti mismo para dar el primer paso, pero no dejes de caminar. Pregúntate constantemente: ¿qué me falta para que esta convicción se vuelva realidad? ¿qué habilidades necesito pulir? ¿qué recursos debo buscar? La magia del ‘fake it 'til you make it’ funciona mejor cuando la usas para encender tu motor, no para reemplazar el combustible.